martes, 4 de febrero de 2014

Tremendas ganas de llorar.



5 febrero.

Ya hace 21 años que respiré por primera vez.

Mis cumpleaños no siempre han estado rodeados de la gente a la que quiero. Hubo vivencias que marcaron este día como un recuerdo malo. Y desde entonces, esté como esté, mi cumpleaños siempre es fuente de lágrimas. A veces no son por cosas malas, a veces, es solo por emociones acumuladas. Pero siempre hay lágrimas.

Este año han venido sorprendentemente pronto.

Me encuentro emocionalmente inestable... Por eso no escribo demasiado. En mi vida hay pilares que se forman demasiado deprisa, y se van con la misma facilidad. Y esto deja rincones de escombros en mi alma, que aunque intente tapiar y poner un cartel de prohibido el paso, y a pesar de los intentos de mirar hacia otro lado, la realidad es que ahí siguen. Como una ciudad que fue grande. Gloriosa. Y el tiempo simplemente la deshizo, o quizá fueron las guerras infundadas por hombres egoístas.

Porque puede que esto, al fin y al cabo, sea culpa de un hombre egoísta.

Egoísmos aparte, le echo de menos. Si. Un pilar que sorprendentemente cayó bastante antes de lo esperado. Dulce inocencia, amarga sabiduría. Y aún así, preferimos saberlo todo antes de vivir en mentiras... Cuando allí somos felices.

Nuevos horizontes a la vista. Una nueva página, mas bien un nuevo capítulo. Un libro escrito en páginas negras, salpicadas por la mala suerte de las vidas que me sucedieron. Un libro que, poco a poco, con mucho esfuerzo, se vuelve mas gris cada día. Y mantengo la esperanza de alcanzar una estabilidad en el futuro. De cumplir esas cosas que apuntamos en una lista. Cosas grandes. Cosas como escribir un libro, por ejemplo. Y cuesta, y hay días en los que duele el simple hecho de levantarse de la cama. Pero... ¿Que mas queda que seguir hacia delante?

Seguir sin mirar atrás. Seguir. Seguir. Seguir a pesar de los problemas. A pesar de las distancias, de las peleas, de los abandonos, seguir a pesar de los suspensos. De los días lluviosos con unas zapatillas rajadas en la suela. Seguir sin un duro en la cartera. Seguir con los cascos, con la música a tope. Seguir, parar si hace falta romper a llorar porque te saturas. Pero nunca, nunca, nunca, ir marcha atrás. Seguir como si solo existiera el ahora. Y recordar que cada momento es único y bello como solo puede ser cada momento. Porque que algo sea bueno o malo no influye en eso. Y demostrarme, a mi mísma, que es cierto: Que soy fuerte. Que puedo. Que soy grande. Que merezco lo mejor.

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